Soportaba tanto dolor que no sabía cómo afrontar los días ni como enfrentar a los demonios que la torturaban a cada minuto.
Cada pedazo de su cuerpo suplicaba un merecido descanso, aunque fuera una sola noche sin pesadillas.
El mismo dolor que se alimentaba de cada lágrima que derramaba, de cada punzada en el corazón.
Poco a poco, la luz se fue apoderando de cada pequeño rincón y una sonrisa empezó a dibujarse en su rostro a diario, primero pequeña, pero luego fue creciendo hasta que se quedó en su día a día.