Entonces llegó él.

Llegó la sonrisa constante, las llamadas a medianoche, los paseos por la ciudad, los buenos planes, las mejores noches, los abrazos, las caricias.

Se fue el vacío, la tristeza, la sensación de soledad, las noches de insomnio discutiendo con la almohada, las lágrimas de mil heridas.

Apareció y lo cambió todo. Las cicatrices dejaron de doler y lo difícil se volvió fácil, si su mano agarraba la mía.

Qué extraño, ¿no? Es increíble cómo una persona puede demostrarte en poco tiempo lo fácil que es sonreír cada día e incluso te hace olvidar la sensación de tristeza.

En realidad, el increíble es él.