Hay muchos tipos de besos, cada uno nos aporta y nos reconforta de un modo diferente.
Están los besos familiares, esos que se dan entre padres e hijos, abuelos y nietos, tíos y sobrinos. Esos que recogen todo el amor posible entre dos personas que comparten un vínculo tan fuerte como es la familia. Con familia no me refiero sólo a la de sangre, me refiero a la de verdad, a la que te ha criado, a la que te ha visto crecer y te ha cuidado y apoyado a cada paso. Estos besos tienen un valor incalculable ya que el día que un familiar muere, por dentro también muere un trocito de nosotros.
También tenemos los besos de amistad, besos que transmiten un «estoy aquí» o un «por mucho que te enfades porque no te gusta mi opinión, no me voy a ir nunca de tu lado». Quien tiene la suerte de tener amigos de verdad sabe lo que reconfortan esos besos, ya sea un sábado a las cuatro de la mañana en una borrachera tonta o un miércoles a las cuatro de la tarde tomando un café en el bar de siempre. Y es que, en el fondo, y en la superficie, quién tiene un amigo tiene un tesoro de verdad, uno de esos que no se puede descuidar nunca.
Y llegamos a los mejores besos, esos que crean adicción, los besos por amor. ¿Qué podría deciros? Son los besos que te llenan a cualquier hora del día, en cualquier parte del planeta y que te quitan los miedos en un segundo. Un beso en la frente, sumado a un abrazo por la espalda, es la mejor manera de empezar el día con las pilas cargadas. Un simple beso en la mejilla en un momento de tormenta te calma y te relaja. Un beso en la mano te da fuerza cuando los ánimo flaquean. Un beso dulce y tierno para los días que tu cuerpo pide mimos. O un beso apasionado, de esos húmedos y salvajes, en los momentos que quieres guerra, que quieres hacerle el amor a tu pareja por el simple hecho de que te encanta notar su cuerpo presionando el tuyo hasta sentir que no podría quererte más.