Nos gusta sentirnos libres, tener la libertad para tomar nuestras propias decisiones, gobernar nuestra vida y saborear cada uno de sus momentos. Lo mejor es poder disfrutar de cada pequeño paso que damos, y de los grandes todavía más.

 

En cambio, no nos gusta sentirnos prescindibles. Nos gusta que nos cuiden, nos mimen y nos den cariño. Nos gusta que nos abracen en los días de lluvia, nos besen en la frente como forma de dar los buenos días y nos miren cómo si fuésemos la única persona en el mundo. Amamos sentir que la otra persona nos necesita día a día, saber que precisa de nuestra compañía y que disfruta de ella.

 

Es decir, nos gusta tener libertad en nuestra vida pero que, al llegar a casa, la persona que amas te esté esperando con una peli, unas palomitas y una manta para dos.