Perdernos en una casita del árbol,
una de esas de las películas americanas.
Podríamos escondernos allí del mundo,
de sus injusticias, de las malas personas,
de todo aquello que un día nos hizo daño.
Después de un tiempo, resurgiríamos de nuestras cenizas,
como el ave fénix. Esas cenizas son la muestra
de que, juntos, ardemos muy bien.
Esas cenizas son la muestra de que esta nostalgia
no es más que la prueba de que mi dedo
cuenta cada noches todos y cada uno de tus lunares
y de que nunca va a dejar de unirlos.
Una casita del árbol es todo lo que necesitamos
para querernos todavía un poquito más.